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El pub más antiguo de Nueva York

El pub más antiguo de Nueva York

McSorley’s, abierto hace 162 años en el Bowery, es el centro de reunión para los bomberos de Nueva York desde el 11-S

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Cuando McSorley’s nació, en 1854, el Bowery, en Nueva York, era la fábrica de todos los vicios. Vagabundos y ladrones acechaban por igual en este barrio del sureste de Manhattan donde empieza el descenso hacia la bahía. La calle que recibe su nombre es la única arteria importante de la ciudad donde nunca se erigió un templo religioso. Hoy es un arrabal transformado, rodeado de instituciones universitarias donde aquella época ha quedado reservada a las películas de pandilleros y malhechores. Aun así, allí sigue el viejo pub, considerado el más antiguo de Nueva York, con sus suelos salpicados de serrín y sus paredes tapizadas de recuerdos y proclamas de adhesión a la independencia irlandesa.

Aunque para muchos haya perdido el empaque rústico de sus épocas más turbulentas, el mérito de haber sobrevivido hasta nuestros días en una ciudad que se renueva con notable facilidad basta para acercarse y acodarse sobre la barra. Allí estará un camarero de barba roja y antebrazos tatuados. Se llama Gregorio de La Haba, un artista descendiente de irlandeses y sevillanos casado con la hija del actual propietario. Un tipo capaz de recitar las historias del lugar sin dejar de servir pintas de cerveza rubia y negra; como dicta el santo y seña de la casa, una de cada por comensal.

Uno de los visitantes más queridos en la historia del local fue el reportero Joseph Mitchell, fallecido en 1996. Nombre de referencia para los lectores del New Yorker, solía visitar la taberna a la que dedicó una crónica que tituló (intraducible al español), The old house at home. Mitchell nunca dejó de cumplir con el rito de encerrarse diariamente unas horas en su despacho de la redacción y visitar, de cuando en cuando, este viejo antro. De La Haba recuerda haberlo visto en sus últimos años de vida. Su obituario, publicado en The New York Times, cuelga enmarcado en una de las paredes.

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La crónica de Mitchell forma parte de la memoria colectiva de la ciudad y sirve como bitácora de un viaje en el tiempo. Reseña los techos de McSorley's, cubiertos de telarañas, el ambiente soñoliento, los apolillados retratos de los tiempos fundacionales o la parrilla de la vieja estufa que aún se conserva, donde Old John, uno de los primeros propietarios, solía rematar la jornada echando una chuleta de tres libras sobre una cama de carbón de roble.

McSorley’s ya era un sitio más o menos reconocido a finales del siglo XIX. Una de las compañías de teatro más populares de Broadway se inspiró en el lugar para una comedia que se estrenó en 1887 bajo el nombre de McSorley’s inflation. Los teatreros Harrigan and Hart, precursores de los espectáculos musicales, ofrecieron un centenar de presentaciones en el Teatro Cómico. La humilde cervecería despertó inquietud. Desde entonces, ha sido un lugar reacio a los cambios. Gregorio de la Haba cuenta que Teresa Maher, su esposa, es la primera mujer en trabajar tras la barra. Probablemente, el cambio más profundo desde 1986, cuando la ley obligó a adecuar los lavabos para damas.

La edificación ha tenido solo tres propietarios en 152 años. El inmueble, de seis plantas, alberga actualmente a ocho familias. Los McSorley’s fueron los primeros en llegar hace más de un siglo. El último fue el suegro de Gregorio. Se llama Mattie Maher, un irlandés de corta estatura y nudillos gruesos de boxeador que compró la edificación en 1977 al nieto de un tal O’Conell. El edificio siempre ha estado a cargo de familias irlandesas que heredaron una vocación por el trabajo y una gran admiración hacia los mártires del movimiento independentista irlandés, que este año celebra el centenario del Levantamiento de Pascua.

El local de McSorley’s está compuesto de dos salones. Uno más largo y otro más ancho. Mobiliario rústico y una carta con hamburguesas y otros platos típicos estadounidenses. El aperitivo bandera tiene galletas de soda, mostaza de la casa, rodajas de queso y cebolla cruda. De La Haba deja excepcionalmente su puesto tras la barra para explicar a una familia que se ha sentado en la mesa predilecta del industrial y filántropo Peter Cooper, fundador de la cercana Cooper Union, una de las instituciones privadas con mayor reputación de la ciudad dentro de las artes, la arquitectura y la ingeniería.
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